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jueves, 8 de marzo de 2012

Hoy es 8 de marzo, día de la mujer. Un relato de Rocío Díaz Gómez: "Planchando lágrimas"





Hoy con eso de que es el Día internacional de la mujer os quería dejar con uno de mis relatos, que hace mucho tiempo que no os dejo mis historias.

Se trata del relato titulado "Planchando lágrimas" con el que gané tal día como hoy pero en el 2007 el primer premio del III Certamen de Relatos Breves "Nosotras contamos" organizado por el Ayuntamiento de Zamora.

La entrega de premios fue en el Salón de Plenos de ese Ayuntamiento, un lugar muy elegante, muy señorial y donde después nos invitaron a un ágape. Recuerdo que era una tarde casi primaveral, muy soleada con una temperatura muy suave. Yo no conocía Zamora, así que antes de la entrega de premios pude pasearla despacio con esa buena temperatura que hacía y me pareció muy agradable.





Planchando lágrimas


Hay dos clases de lágrimas:
las que derramamos por los que nos abandonan
y las que derramamos por los que no dejamos marchar.
Anónimo



Mi querida Elena Francis,

Desde que mi Pedro me dejó, no sabes qué bien, que requetebién se me queda la ropa cuando plancho. No puedo por menos que escribirte para decírtelo y sobre todo para que leas mi carta en tu maravilloso programa, son tantísimas cosas y tan interesantes sobre la vida las que aprendemos las unas de las otras en él... Perdona el atrevimiento de ésta oyente fiel, pero incluso he pensado cómo podrías anunciarlo ese día en antena, cómo sobre esa musiquita familiar y entrañable podrías decir algo así: “No hay nada en el mundo mejor que el que tu novio te deje, creedme amigas y daros tiempo, no os reportará más que ventajas.”

¿Qué te parece...? ¿Esta bien no...?

Porque mi querida Elena, te plantan y para empezar, la ropa planchada te queda de fábula... Que a mi, antes, por mas horas que estaba ahí de pie derecho, dale que te dale a la plancha, se me quedaba siempre de penita, cogía una camisa y cuando la planchaba del derecho se me arrugaba del revés, cuando planchaba las mangas se me arrugaba la pechera, cuando iba a la pechera otra vez la espalda arrugada, y así una y otra vez, hasta que se la veía puesta a mi Pedro, y no podía por menos que decirme por dentro “...Espero que con el calorcillo del cuerpo se le estire un poco porque ¡ay! el pobre lo fachoso que va...” Y casi sin mirarle, medio de reojo, le decía: “Venga, venga a trabajar que llegas tarde...” Porque, no te voy a engañar Elena Francis, vergüenza me daba hasta mirarle bien de frente.

Pero querida ahora que Pedro ya no está conmigo, da gusto con la plancha. Ni agua, ni almidón, ni nada: lágrimas de desamor. Abandonadas de España, creedme, mano de santo. Lágrimas de desamor, que no lágrimas de jabalón, que empieza y termina igual pero no es lo mismo... Aunque, y ahora que estamos en confianza, las de jabalón, no es por nada pero también ayudan lo suyo y mucho. Una copita de ese moscatel tan dulce, tan fresquito para aperitivo a media mañana y otra del tiempo con una rosquillita de anís para merendar a media tarde y ¡gloria bendita!... Esas dos copitas te entonan, te espabilan el alma y te dan una alegría al cuerpo que pa qué las prisas... vamos de ¡rechupetearte los dedos!.

Perdóname Elena, que me emociono con estas cosas y se me va el hilo, ya, ya sé que no estábamos hablando de las de jabalón si no de las de desamor... porque no todas las lágrimas son iguales, desde luego.

Las de desamor son mucho más numerosas, más escandalosas, sale una y salen detrás un millón a ver que pasa que hay tanto jaleo fuera... Hija, te plantan y es como si se abriera un grifo en tu interior y a chorros que terminas llorando por las esquinas, que parece mentira lo que una puede llorar, además son más saladas que las lágrimas de alegría que son mucho mas dulcecitas y empalagosas, y desde luego mucho mas brillantes que ningunas otras, de ahí que el resto del mundo se vuelva gris y desvaído desde ese momento, porque todo el color y el brillo que tenía se lo llevan las lágrimas, hija, que parece mentira lo que arrastran, que poderío, ojalá arrastrara tanto y tan a conciencia el limpia cristales que venden en el súper... Pero en fin, que desde luego no tienen más que ventajas.

Pero no hago más que desviarme de lo importante, el planchado, porque mi querida Elena que sean tantas y tan saladas tus lágrimas, hace que ya no necesites humedecer la ropa, sobre todo si es cien por cien algodón como era mi Pedro, ni echarle almidón que yo por más mimitos que le di a mi Pedro ya ves que me dio lo mismo, ni que le eches cualquier producto de esos que venden y cuestan un riñón, con la sal es bastante, nada de nada es igual que echarles tus lágrimas de desamor.

Tu coges la plancha, te imaginas que es tu Pedro o tu Juan o tu lo que sea, y oye empiezas a descargar y a descargar mirando a la ruedita del termostato como si le miraras a los ojos y sin darte ni cuenta notarás como empiezan a caer lágrimas sobre la ropa limpia, venga a caer lágrimas y tu erre que erre diciéndole cosas, mirando a la ruedita, apretando el botón del vapor como si le apretaras una y otra vez la nuez y pasando la plancha por encima de la prenda como si le pasaras una apisonadora, erre que erre, dejando que la humedad y la sal y la plancha te vuelvan tan tiesecita, tan tiesecita la ropa limpia, como tu alma, hasta quedar sin una sola arruga, ni de pena ni de nada. Un primor de sabanas que te quedan... Un primor... Todos esos bordados de tu ajuar que tanto te había costado alisar en tu vida de pareja, pues oye en esta nueva vida mucho mejor, te lo digo yo.

Y por supuesto Elena, querida, lo más importante, qué desahogo más grande para el dolor de tu alma... qué sueltita te quedas, qué liviana y qué bien después de una terapia de plancha.

Eso sin hablar del sobresueldo... Porque oye tu le comentas a tu vecina del segundo lo bien que te queda la ropa, y se la enseñas claro, porque hay que desengañarse con su propio ojo, como pasa con los hombres, que si no Elena no vale, ya sabrás que te digan lo que te digan te tienes que estrellar bien estrellada para aprender... Y claro tu vecina del segundo se queda admirada del resultado de tu colada y corre escaleras arriba a decírselo a la del tercero, porque entre mujeres ya se sabe se cuenta todo, y en seguidita a la del tercero la tienes abajo a que se lo enseñes también, y nada más verla sube a decírselo a la del cuarto, que también se baja rauda y veloz, y la del cuarto sube a decírselo a la del quinto, que también, y la del quinto a la del sexto, el séptimo, el octavo... Así hasta que toda la escalera ha pasado por tu casa como una procesión de Semana Santa, y nada mas adecuado, que si te plantan así te sientes, como en Semana Santa, como una plañidera más, que lo que tienes es un duelo encima que no hay manera de quitártelo...

Pero a lo que íbamos... ¿Y que pasa con tus vecinas cuando han visto tu ropa planchada? Que todas quieren tener las sabanas y las camisas de su marido así de lisitas como ahora tú tienes las tuyas. Pero... como ellas están felizmente casadas o arrejuntadas o como estén, pues por más que quieren tener ese tipo de lágrimas, no las salen. Porque estas cosas o te salen del corazón querida Elena o no te salen. Que las lágrimas de cocodrilo son baratas, pero las de desamor te salen carísimas... Total que como no las tienen pues ¿qué pueden hacer? contratarte por horas para que subas y les hagas la plancha. ¡Y anda que no te has quedado tú con cosas dentro de tu alma que echar fuera...!, ¡anda que no tienes tú cosas que echarle en cara al termostato...!, ¡anda que no coges tú soltura apretando y apretando el botón del vapor y dándole a la plancha...! Vamos que en dos meses y casa por casa te haces de oro. De oro, Elena, te lo digo yo. Te lo dice una servidora despechada pero con el bolsillo lleno.

Y eso no es lo mejor... Porque con tanto llorar y llorar gordas lágrimas de desamor, que con las otras no es lo mismo, de tanto llorarlas gordas y bien gordas, entonces tu cuerpo pierde más líquidos... Con tanto llorar y perder líquidos, con tanto trabajar planchando y tanto subir escaleras y tanto bajarlas, unido a las poquitas ganas que te quedan de comer con el disgusto y lo mal que duermes dándole vueltas, pues te vas quedando escurridita, escurridita, hasta quedarte con un tipín de escándalo Elena, de escándalo créeme que se te queda el tipo si te plantan.

Y te habrán plantado como a una lechuga pero ¡hay que ver! lo bien que te quedan ahora todos esos modelitos que te has comprado con el dinerito que te has ganado llorando... ¡Lo mona y lo moderna que te ves en el espejo! y ¡la de pretendientes que te van a salir a partir de ahora...!

Mi querida Elena Francis, desde que mi Pedro me dejó, no sabes qué bien, qué requetebién se me queda la ropa cuando plancho, y no sabes qué bien, lo requetebién que se me ha quedado la vida entera.

©Rocío Díaz Gómez





6 comentarios:

  1. Simplemente genial Rocío. ¡Qué bueno!

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  2. Amiga,eres la mejor menuda plancha,me encanto un beso

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  3. Genial Rocío, me ha encantado el relato de la plancha.

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  4. Muchas gracias!!!! Besos a los tres, Rocío

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  5. Mi más sincera enhorabuena...¡Es brillante Rocío¡

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